Papa con represión y elecciones in absentia.

No se trata de una receta de cocina, sino del trabajito que le espera a la Seguridad del Estado con la visita de Benedictus XVI. Todos recordamos aquél 1998 cuando las multitudes coreaban ante el Papa Juan Pablo II: ¡libertad!… ¡libertad!, mientras se retorcía la ya huesuda cara del Comandante en Jefe, recién salido de su orgánico carapacho verde olivo. Cualquier incidente habría podido desatar un tsunami popular, pero no ocurrió. En cambio, hoy la situación es más dramática y las probabilidades de manifestación de descontento popular en presencia de su Santidad Benedictus XVI mucho mayores. Ese catalizador que se bloqueó exitosamente en la visita papal anterior podría tener lugar. Supongo que a estas alturas esté calculado hasta el mínimo detalle, no obstante puede haber fisuras en el entramado represivo.

A la insatisfacción con el sistema (régimen, según la terminología del exilio) se suma hoy una apreciable cantidad de individuos que no trabajan para el Estado. A pesar de los esfuerzos del gobierno por sindicalizar a los cuentapropistas y de los chantajes a los pequeños negocios con el tema de la licencia, es un hecho el creciente número de personas sin empleo alguno o con empleo no estatal y, por consiguiente, con un potencial subversivo que en condiciones especiales se torna incalculable. Los jóvenes, generalmente sin dinero y sin trabajo, serían el otro foco sedicioso de considerable importancia ¿Por qué en Cuba, hasta hoy, no se ha producido una situación de estallido social verdaderamente significativa? Para que ello suceda deben conjugarse, a mi entender, dos factores: un estímulo y, a su vez, la ausencia de un mecanismo de freno. Me refiero, en este último caso, a lo que vendría después de la sedición, es decir, a las represalias. El cubano de la Isla le teme a las represalias de tipo económico, no creo que la cárcel por motivos políticos amedrente a nadie en Cuba. Sin embargo, perder el trabajo significa privar a la familia ―fundamentalmente a los hijos― de la subsistencia, además de la cuota de vergüenza que paga todo desempleado. Raúl Castro sabe muy bien que la libertad de movimiento, a partir de una reforma de la Ley Migratoria, podría complicar las cosas porque generaría en adición unos ingresos que no provienen del Estado. Si a ello se agrega las remesas familiares, la pequeña empresa y el mercado inmobiliario estaríamos en presencia del Talón de Aquiles del raulismo. Si las multitudes se congregan en presencia de su Santidad Benedictus XVI, cualquier cosa podría suceder, pero la independencia económica del cubano es todavía mínima in extremis, mientras que muchos desempleados ni siquiera tienen claro su estatus, debido a las maniobras de la llamada «actualización del modelo socialista». De todo ello se desprende una moraleja: el contacto con las familias cubanas y, particularmente, la ayuda económica es la vía más segura de incidir en el rumbo de la nación. Quien desee libertad política para Cuba debe asegurar un mínimo de libertad económica para los cubanos. Cuando ello se tenga, ante la presencia de un estímulo y siempre que se trate de situaciones especiales, como es el caso de una visita papal, no habrá represión ni represalia que pare a las multitudes.

Hablando ya de situaciones no extremas, descarto a la oposición y al liderazgo como factores de cambio. Entre el pueblo y la oposición sigue existiendo un abismo insalvable y, en verdad, no creo que amplios sectores de la población se vayan a identificar sin más con las figuras opositoras, antes bien el proceso será el inverso: la ciudadanía rebelde absorberá a la oposición. Por otra parte, es justo reconocer que el cubano de a pie tiene sus esperanzas depositadas más en el exilio ―y sus figuras― que en la oposición interna, aunque en el exilio se piensa justamente lo contrario. De hecho, muchos en la Isla se cuidan de acumular méritos revolucionarios pensando en el encuentro futuro con el exilio. La expresión «a ese lo van a arrastrar por la calle cuando esto se caiga» se refiere más a lo que pudieran hacer los exiliados, tras la caída, que a la reacción de los que permanecen en la Isla. Por mi parte, tengo más fe en las manifestaciones ciudadanas espontáneas y en el trabajo a mediano plazo de la disidencia. Uno de los grandes problemas que presenta el proyecto de una Cuba futura es que los cubanos no saben por quién votar en caso de desaparición del Partido Único. Tal vez la mejor manera de salvar todos estos escollos ―y hacerle justicia a la oposición― sea la de dar a conocer el potencial político de la nueva Cuba, de manera que podamos tener una idea no solo de lo que queremos, sino de a quiénes queremos en el poder. Emilio Ichikawa ha abierto la Caja de Pandora (http://eichikawa.com/2012/01/obras-plano-y-construccion-de-la-democracia-en-cuba.html). Se pregunta por la posibilidad de una suerte de grupo multidisciplinario dentro de la Isla que pueda asumir extraoficialmente la representatividad de la nación cubana en virtuales diálogos con misiones extranjeras. Yo quiero ir más allá e imaginar quienes serían esas personas que, dentro y fuera de Cuba, podrían liderar el futuro gobierno democrático. La sola idea del nuevo gabinete, aunque un tanto ficcional, es más real que la de los Robin Hoods criollos al frente del pueblo enardecido y, al menos teóricamente, contribuye a la unidad de todos los cubanos en torno a un objetivo común que, de otro modo, seguiría siendo una quimera.

Sea lo que fuere, lo que pudiera ocurrir en la Cuba de hoy, tras el previsible control de la visita papal por parte de la Seguridad del Estado, estará condicionado por la contradicción fundamental del raulismo, a saber: la necesidad de atraer divisas a partir de la iniciativa privada y la inestabilidad que ello entraña en términos políticos. Al parecer, Raúl ha decidido asumir el riesgo. Solo espero que del lado de acá se tenga una idea mejor que la de suspender los viajes y las remesas.