La unidad parece imposible, pero, ¿y la sensatez y el respeto?

Antonio Rodiles y Alex Otaola

LA HABANA, Cuba. – Hubo un tiempo en que la oposición al castrismo parecía una conspiración de buenas personas cuya fuerza radicaba en una superioridad moral que rayaba con el estoicismo. Pero aquel tiempo en que había líderes como Ricardo Bofil, Gustavo Arcos Bernes y Oswaldo Payá, luce cada vez más remoto, con tanta rencilla como hay en el campo opositor, justo en los momentos en que el régimen es más débil.

No es que antes no hubiera conflictos entre opositores. Siempre los hubo. Sobre todo a la hora de hacer concertaciones y redactar documentos. Hablaban de unidad, se lograba reunir a importantes personas de la oposición y la sociedad civil, pero enseguida empezaban las discrepancias: por los puntos y las comas, por una frase, una palabra o porque no estaban conformes con que su firma apareciera más arriba, más abajo o junto a la de fulano o mengana. Y luego venía el regateo de méritos políticos y la sarta de insultos y descalificaciones mutuas, entre ellas, la acusación de trabajar para la Seguridad del Estado.

Pero el actual conflicto, que involucra, entre otros, a Rosa María Payá, Antonio Rodiles y Alex Otaola, ha ido demasiado lejos. Es muy peligroso, porque da argumentos al régimen para aplicar la ominosa Ley 88 contra Antonio Rodiles y Claudio Fuentes.

No se debe olvidar que los opositores en Cuba están a merced de una dictadura que suele ser sumamente peligrosa cuando se asusta, como ahora que parece estar a punto de tener que enfrentarse a un estallido social, y por tanto, acrecienta la represión.

Nunca como ahora precisó tanto el régimen dividir al exilio y la oposición. Y sus agentes de inteligencia, aprovechándose de las discordias, lo están consiguiendo.

No hay dudas de que el régimen es el principal beneficiario de las querellas entre los opositores. Y la causa de la libertad y la democracia, la gran perdedora.

Los jefazos de la Seguridad del Estado, atentos a las broncas y a los que se sumen a uno u otro bando o francotiroteen por cuenta propia en las redes sociales, deben estar gozosos, como dicen los aseres de mi barrio, “echándose el prisma”…

Hay quienes dicen que la oposición, que no logra captar a la población y capitalizar su descontento, está anquilosada, estancada, tanto como el régimen: en equilibrio con él, empatada cero a cero. Hasta cierto punto es así. Pero es una proeza que los que solo tienen el cuerpo para recibir los golpes, logren empatar a cero el juego con una dictadura omnipotente que no se mide mucho a la hora de ser cruel.

Hay que reconocerle ese mérito a los opositores. Pero el hecho de estar aquí, en la boca del lobo, al alcance de los represores, no les da derecho a creerse incuestionables. No es cuestión de martirologios y meritocracia, que de eso ya hemos tenido demasiado.

¿Cuántas veces habrá que advertir sobre la tendencia de trasplantar al campo opositor las taras del oficialismo? La peor de esas taras es la intolerancia con todo el que discrepe un milímetro de nuestra opinión.

Sucede también en el exilio. No basta el mar de por medio para eliminar la costra del castrismo residual que arrastramos inconscientemente todos los cubanos nacidos en las últimas seis décadas. Incluso, peor aun, los más jóvenes.

Se hace imposible lograr consensos mínimos entre los opositores y hacer que alguna iniciativa prospere. Los egos se inflan y atragantan. No se les ocurre buscar los puntos de concordancia o el modo de complementar los proyectos. O sencillamente apartarse y callarse si no se está de acuerdo plenamente con todos y cada uno de los puntos.

En vez de consensos, lo que se consigue es una olla de grillos. Parecieran tan inalcanzables los consensos entre opositores como los planes de desarrollo del castrismo.

Chocan las agendas, y en vez de un debate respetuoso, se forma lo más parecido a una reyerta de solar, una “sacadera” de trapos sucios, una “tiradera” entre reguetoneros.

Pudiera pensarse que debido al daño que nos han hecho estos más de 60 años de dictadura, la oposición anticastrista está hecha de un material demasiado defectuoso.

Las dictaduras son pródigas en crear, además de (a)seres sin principios, sumisos y desmoralizados, personalidades paranoicas.

Entre los anticastristas, tanto en Cuba como en el exilio, además de personas decentes, también hay trápalas, timadores, oportunistas, demagogos, frustrados y acomplejados.  No son mayoría, pero los hay. ¿Cómo no iba a haberlos? ¿Acaso no está llena de ellos la sociedad cubana? Y más en los últimos años, cuando con tantos problemas de todo tipo, abusos e injusticias, han aparecido multitud de disidentes.

Con tantos que disienten y se oponen, cada cual a su modo y según se le ocurra, ya no se sabe quién es quién. Algunos parecen brotados por generación espontánea. Como los guajacones que, con el primer aguacero, aparecen en las charcas que estuvieron secas la mitad del año. Entre ellos, quién lo duda, hay infiltrados y provocadores. Y algunos van a parar a Miami.

Respecto a los infiltrados y provocadores, no hay que exagerar y ponerse paranoicos. Con esos bueyes siempre hemos tenido que arar. Y por eso no se logra nada, dirán muchos. No es así. A pesar de ellos, y de otros que, sin proponérselo, con su soberbia y sus ansias de protagonismo, le hacen el juego a la contrainteligencia castrista, se ha logrado arar algo, bastante, en este terreno pedregoso. Solo que resulta muy trabajoso enderezar los surcos.

Teniendo en cuenta en qué circunstancias nos formamos todos en Cuba, bastante buenos han salido los opositores. Pero es necesario que maduren políticamente y sean mejores. Urge un poco de sensatez y respeto.

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