Rafael Alcides – Estado de SATS https://www.estadodesats.com Estado de SATS, donde confluyen arte y pensamiento Fri, 27 Sep 2019 17:33:10 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.2 https://www.estadodesats.com/wp-content/uploads/2020/09/cropped-sats-2-32x32.png Rafael Alcides – Estado de SATS https://www.estadodesats.com 32 32 Cuba marches https://www.estadodesats.com/cuba-marches/ https://www.estadodesats.com/cuba-marches/#respond Fri, 31 Jul 2015 02:51:32 +0000 https://estadodesats.com/cuba-marches ...Leer más]]> larutadelamarcha

 

Cuba

Spoken Word & Poetry Event

“La Ruta De La Marcha”

Rafael Alcides Amaury Omnipoeta and Angel Santiesteban

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Cuba en Marcha https://www.estadodesats.com/cuba-en-marcha/ https://www.estadodesats.com/cuba-en-marcha/#respond Fri, 31 Jul 2015 00:44:39 +0000 https://estadodesats.com/cuba-en-marcha larutadelamarcha

Cuba en marcha.

 

 

 

 

 

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Rafael Alcides visita a Antonio Rodiles https://www.estadodesats.com/rafael-alcides-visita-a-antonio-rodiles/ https://www.estadodesats.com/rafael-alcides-visita-a-antonio-rodiles/#comments Sat, 11 Jul 2015 12:32:05 +0000 https://estadodesats.com/rafael-alcides-visita-a-antonio-rodiles ...Leer más]]>

 

” En casa de Antonio Rodiles”

“LA HABANA, Cuba. –El pasado lunes, en casa de Antonio Rodiles, mirándole la cara deformada por la paliza inmisericorde recibida el día anterior cuando se dirigía a marchar con las Damas de Blanco, pensé en los techos, las tejas y el viento, y me acordé del comandante del ejército rebelde Manuel Fajardo Sotomayor, del cual fui ayudante unos meses.

A principios de 1957, cuando todavía los Rebeldes eran un puñado, lograron improvisar un ranchito luego de días sin probar bocado. Estando ya casi listo para servirlo se produjo un ‘combatico’ en el que hubo un muerto y tomaron algunos prisioneros. No pudiendo Fidel multiplicar el rancho, se lo sirvió completo a los prisioneros. “Ese día lo odié durante un rato”, me dirá Fajardo. “Pero por esa grandeza de alma hasta el enemigo lo amaba. Era Cristo en persona. Y con el enemigo herido, Cristo otra vez.”

No es un secreto que esas buenas maneras de la Sierra fueron con el tiempo siendo echadas a un lado. Y para demostrarlo, ahí estaban en casa de Antonio Rodiles los últimos masacrados, los del domingo 4 de julio. Entre ellos la maestra Lupe Busto, los activistas Ángel Moya y Raúl Borges y los eternos apaleados Yury Valle (nieto de Blas Roca) y Antonio Rodiles con su cara todavía oculta en parte por el yeso de urgencia, parecido a El Hombre de la máscara de hierro.

Al contrario de los soldados de Batista de que me hablara Fajardo, esos masacrados reunidos en casa de Rodiles para hacer un video de denuncia, no llevaban armas ni iban a su paso asesinando ni incendiando viviendas. Ellos portaban una flor y el silencio y la fe en Dios, poética artillería con la que durante diez años han venido las Damas de Blanco enfrentando la brutalidad de las turbas desatadas contra ellas.

Sin embargo, a Raúl Borges le han pegado con saña en el pecho no obstante saberlo operado del corazón en una operación a pecho descubierto que le practicaran en España y durante veinticuatro horas lo tuvieron sin sus medicinas. Cuando alegó que esta privación podría ocasionarle la muerte, estuvieron muy felices de saberlo y no mandaron a su casa por las medicinas. No lo perdonan. Durante 30 años, me contaba Borges, él fue oficial de la Seguridad, y un hijo suyo que estando también en la Seguridad del Estado dejó de pensar como un hombre de la Seguridad del Estado, lleva ya en prisión diecisiete años.

Caso tan conmovedor como inexplicable a primera vista, es el de Lupe Busto. Residenciada hace 17 años en Huston, Texas, donde es maestra, marchó con las Damas de Blanco porque como cubana se sintió con derecho a hacerlo, sabía que sería reprimida pero quería sentir en su piel lo que durante años han venido sintiendo las Damas en sus desfiles dominicales por el Cambio. Porque esas cosas, me decía Lupe,  no es lo mismo leerlas en los periódicos que sentirlas.

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Moretones aparte, Lupe Busto no fue golpeada, fue humillada. Pretendían desnudarla. Por supuesto, se negó, pero insistieron. Ya que como cubana no se respetaban sus derechos humanos, alegó sus derechos de ciudadana norteamericana, pero no la oyeron. Tenía que desnudarse. Lupe Busto no entendía. Si fuera en el aeropuerto en el momento de bajar del avión, podría la Seguridad suponer que traía metido en el ano un tubo con explosivos o con drogas o con algún virus terrible, pero llevando días en Cuba, ¿desnudarla para qué? Todavía ayer no lo entendía, pero la maestra Lupe Busto tuvo que dejarse ver como vino al mundo hace más de sesenta años.

 

Ernesto Hernandez BustoCoincidencia o no, Lupe Busto es la madre del prestigioso escritor, traductor y editor Ernesto Hernández Busto, establecido en Barcelona desde 1999 y el cual ya hace casi treinta años cuando aquí en La Habana empezaba a dar muestras de sus talentos, era un dolor de cabeza para la Seguridad del Estado.

Lo de Yuri Valle es una novela. Cuatro domingos atrás, la Seguridad regó en el barrio que “el hijo de Blas Roca se había suicidado”, al día siguiente a él y a su novia les tiraron un automóvil encima, y al final de la detención del domingo siguiente lo llevaron a un lugar de las afueras de La Habana donde, como a Frank País en Santiago de Cuba cuando lo mataron, lo hicieron poner de rodillas y le pegaron una pistola en la nunca. ¿Dispararán sobre Yuri la próxima vez?

¿En cuál día de 1958 estamos ya?

No quiero, no quiero asomarme a mirar por el hueco que el viento al pasar llevándose las tejas ha dejado en el techo de la casa que un día fuera mi casa si fueron honestas las gentilezas del Cristo que alababa Fajardo Sotomayor.

 

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Rafael AlcidesRafael Alcides nació en Barrancas, termino municipal de Bayamo (Cuba), en 1933. Poeta y narrador, era maestro panadero al comienzo de su adolescencia. Ha sido peón agrícola, cortador de caña, leñador, cocinero de cuadrillas en desmontes, dependiente y encargado de una tienda mixta en una colonia cañera. En La Habana de los ´50 fue albañil, pintor de brocha gorda, fumigador, agente de Seguros y vendedor a domicilio. En 1959 era jefe de la oficina de divulgación del Departamento de Asuntos Latinoamericanos en el Ministerio de Relaciones Exteriores y vocero de dicho departamento en un programa diario de televisión en el cual presentaba y entrevistaba a personalidades políticas del extranjero. Fue jefe de Prensa y Asuntos Culturales en la Delegación Revolucionaria del Capitolio Nacional. Ha publicado, entre sus títulos más recientes, los poemarios GMT (2009), Por una mata de pascua (2011), Libreta de viaje (2011), Antologías, en sociedad con Jaime Londoño (2013), Conversaciones con Dios (2014); el periodístico Memorias del Porvenir (2011), la multinovela El anillo de Ciro Capote (2011), y la colección de relatos Un cuento de hadas que termina mal (2014). Cuando en 1993 se aparta de toda colaboración editorial y pública en Cuba, era empleado del Instituto Cubano de Radio y Televisión donde fuera por más de treinta años libretista, locutor, director y comentarista literario. Participante en numerosos eventos literarios internacionales, Rafael Alcides ha ofrecido conferencias y lecturas en países de Centro y Sur América, Europa y Medio Oriente. Textos suyos han sido reproducidos en numerosos idiomas. Fue galardonado con dos Premios de la Crítica y un tercero compartido por una novela escrita a cuatro manos. En 2011 obtuvo el Premio Café Bretón & Bodegas Olarra de Prosa Española.

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Rafael Alcides: Carta a los jóvenes cubanos https://www.estadodesats.com/rafael-alcides-carta-a-los-jovenes-cubanos/ https://www.estadodesats.com/rafael-alcides-carta-a-los-jovenes-cubanos/#comments Thu, 15 May 2014 20:44:56 +0000 https://estadodesats.com/rafael-alcides-carta-a-los-jovenes-cubanos ...Leer más]]> ¨…estos previsibles ejemplares del pasado viven fijos en un tiempo que ya pasó, obsesión que por regla suele crear una lastimosa incomunicación¨
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La Habana, 15 de diciembre del año 2013

Queridos: aprovechando que he cumplido ochenta años, lo que según la tradición vendría a ser como graduarse de sabio con honores y pergamino de académico de número, Ailer y Antonio me pusieron en el compromiso de escribir algunos consejos para la revista Cuadernos para la Transición de Estado de SATS. En principio, sonreí. ¿Consejos, dar consejos yo?, me dije, ¿ahora?
Y digo ¿ahora?, porque hubo un tiempo en que sí estuve en capacidad de dar consejos. Y muchos, por cierto, y muy valiosos, como después se verá. Esto fue cuando yo era joven. Pero en ese tiempo, ni aun los jóvenes me habrían tomado en serio puesto que ellos también vivían en el error, en el craso error de creer que de los viejos se podía aprender.
A la vista, sin embargo, está. Fuera de arrugas y dolores físicos o no aquí y allá, qué podrían enseñar los viejos, esos fabulosos ejemplares del pasado, a quienes por jóvenes poseen grado de maestros, de doctores, de sabios de verdad desde antes que les saliera el bigote. Incluso podría decirse de ellos que nacieron sabiendo y decir además que el mundo en que vivimos lo han hecho los jóvenes. Estúdienlo. Abran los libros. Empiecen por observar que Dios no hizo viejos, hizo jóvenes. Jóvenes para que tuvieran hijos y para que de generación en generación siguieran completando la obra de la Creación, actualizándola, llevándola más allá de donde la dejaran quienes envejecieron.

Estos, si héroes y muertos ya, muy útiles serán de retrato en la pared para presumir de ellos y a la vez como un desafío. Si por el contrario, vivos todavía, entonces con mucho respeto, cornetas y tambores llegado el caso, al portal con ellos, al portal, o mejor aún: al patio de la casa, allá bien al fondo, y allí de pijama y pantuflas dejarlos dándose sillón en silencio.

Y aquí, permítaseme una aclaración de orden, pues me parece estar oyendo decir por ahí con toda razón: “Empezó este otro viejo diciendo que los viejos no estaban autorizados a dar consejos, y mírenlo ahí, desdiciéndose”. No es así. No es así. Estos consejos no son de ahora, son los que me daba a mí mismo cuando por joven podía permitirme ese derecho. Años después, cuando cumplí 60, los resumí en una hoja doblada por la mitad titulada Contradiscurso (*) impresa y distribuida por las jóvenes funcionarias del Instituto Provincial del Libro de La Habana entre quienes me acompañaban en aquel muy íntimo aniversario.
Venía yo diciendo de los viejos héroes vivos: ponerlos de pijama y pantuflas a darse sillón en el patio o en el portal de la casa, porque estos previsibles ejemplares del pasado viven fijos en un tiempo que ya pasó, obsesión que por regla suele crear una lastimosa incomunicación. Y si amén de esta calamidad tuvieren poder esos ancianos, entonces a correr, a correr, jóvenes usurpados, a correr, a huir en grupo o a la desbandada, pero huir, huir, ponerse a salvo debajo de una piedra o haciéndose invisibles mediante prácticas de vudú, pero huir, huir entonces. Jamás detenerse a escucharles pensando que armados de la enorme experiencia que dirían tener puedan en un momento de crisis salvar al país. ¿Cuál experiencia? ¿Y para qué? Ni la historia ni el río de Heráclito se repiten, jóvenes que podrían incluso poner la Tierra a girar al revés con solo unirse tomados de las manos.

(*) Hoja cuyo texto copio en esta nota al pie a fin de demostrar que, aunque lo pareciera, no había olvidado darme mi lugar de viejo.

CONTRADISCURSO

Queridos amigos,
distinguido público,
damas y caballeros:

Me gustaría complaceros y hacer un discurso de atardeceres y despedidas, con peces y gaviotas que explicaran la carestía de la vida, el engaño, la tristeza, el misterio de los trenes que se atrasan y las cartas que no llegan, los crepúsculos fallidos, el error de las señoras que se tiñen el pelo para parecerse a la mujer perfecta, y el de los amigos que se van de viaje (¿huyendo de qué?) en una botella que nunca llegará demasiado lejos; un discurso como nunca se ha hecho otro: azul y morado, con palabras perfumadas y bellas como tigres, un discurso en el que tanto pueda hallarse el calendario de los grandes días por venir en la vida de cada cual como felices recomendaciones para conservar la juventud y la belleza (que yo mismo no he sabido conservar); un discurso que fuera una moneda de valor universal, una flauta, un barco, un talismán para protegerse del dolor y de la muerte y vivir inmersos en una playa lenta donde nunca se pusiera el amor; un discurso, en fin, con todos los secretos de los cielos y la tierra.
Me gustaría, mucho me gustaría hacer ese discurso y que mañana lo elogiaran los periódicos. Pero he atardecido, he cumplido sesenta años (muy en contra de mi voluntad), ¿y para qué engañarnos, señoras y señores? Igual que el dinero, el jabón y la ingenuidad (la pobrecita ingenuidad de un día, cuando todavía creíamos), también las palabras del orador se gastan, se mellan, pierden brillo, propiedades mágicas; por más que duela o avergüence también las palabras envejecen, y so pena de reiterarse, cuando un hombre ha cumplido sesenta años debiera honestamente dedicarse a oír (y leer) a los jóvenes.
Como diligencias o globos aerostáticos cuando llegaron el ferrocarril y los aviones del susto, sus palabras de otro tiempo (tal vez muy útiles entonces) no tienen ya utilidad. Ni la tienen para los jóvenes, que en él verán a un ser del pasado ―ese planeta extraño donde ellos nunca estuvieron— ni la tendrán para él que ahora vive en el mundo de los jóvenes ―ese planeta extraño que él nunca (jamás) logrará entender.
Y resumiendo, habitantes del laberinto y la esperanza que de mí aguardabais hoy un discurso que se recordara dentro de un siglo: cuando un hombre ha cumplido sesenta años debiera al menos tener sentido común y callarse.

Rafael Alcides
(1993)

Publicado originalmente en Cuadernos para la Transición II

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CONSIDERACIONES ELEMENTALES SOBRE EL CASO SANTIESTEBAN https://www.estadodesats.com/consideraciones-elementales-sobre-el-caso-santiesteban/ https://www.estadodesats.com/consideraciones-elementales-sobre-el-caso-santiesteban/#respond Tue, 26 Mar 2013 11:55:45 +0000 https://estadodesats.com/?p=2154 ...Leer más]]> (http://www.penultimosdias.com/2013/03/22/acuse-de-recibo-rafael-alcides-vuelve-sobre-el-caso-santiesteban/)
Por Rafael Alcides

Un novelista que quisiera escribir la compleja y diversa novela que se insinúa detrás del abultado “caso Santiesteban”, podría empezarla por la presumible cara de susto que debieron de poner los pobrecitos magistrados que fallaron en dicho proceso al conocer los hechos que juzgarían. La saco por mi propio susto y por el que a todas luces, sobrepuestas ya por fortuna, llevó a las Damas de la UNEAC a manifestar su cólera. El laureado escritor Ángel Santiesteban, Premio UNEAC, Premio Juan Rulfo, Premio Casa de las Américas, y a quien en lo físico sólo le faltaría el caballo para parecer un todopoderoso vaquero de rodeo (El Novelista no podría no describir a su personaje), amenazó de muerte a su ex mujer, le pegó, la amarró para violarla con comodidad y le prendió fuego a la casa.

Yo, que al principio lo creí riña magnificada, discordia, desacuerdo de amantes de los que tan a menudo suelen alimentarse los grandes amores mientras duran (y al respecto escribí unas líneas de las que no me arrepiento), al conocer en detalle los hechos o supuestos hechos (El Novelista deberá investigarlos y tomar posición), me dije: este no es el Ángel que yo conozco. No lo es. Y buscándole explicación al indudable fallo de los magistrados, hasta se me ocurrió pensar en brujería. ¿No habría sido Ángel víctima de un bilongo, uno de esos “daños” de los que se ocupaban los hechiceros de la serranía de Guantánamo en los tiempos de mi niñez? También El Novelista se lo preguntaría, pero al dar con cierto video bajado de Internet acaso dejaría de buscar en el Más Allá.

Inquietado por las desconcertantes mutaciones en la conducta del protagonista del mencionado video y principal testigo de cargo de la ex esposa de Ángel Santiesteban, escudriñaría en el misterio de este hombre joven, apuesto, locuaz y buen expositor quien al parecer apiadado de sí mismo se desdice en el video de sus primeras declaraciones en la estación de policía contra Ángel. Arrepentimiento nada extraño, pensaría El Novelista, que ha leído a fondo a Dostoievski, pero que ahora lo llevaría a quedarse en blanco cuando sepa que a posteriori, en el acto del juicio, este mismo joven locuaz y generoso hasta la opulencia en los detalles que en la filmación parece estar borrando sentimientos de culpa que no lo dejaban dormir, de repente, así como cambiado de repente por un clon, como si un poder más grande que el de todos los brujos de mi infancia se hubiera puesto a pesar sobre su cabeza, volvió a ser el testigo fundamental de la parte acusadora, el enemigo de Ángel.

Tal vez imagine entonces El Novelista que bien pudo ser la piedad un protagonista de número en el Caso, y acaso no se equivoque. Como no es El Novelista persona que crea en la maldad a priori, tal vez disculpe a la ex de Ángel imaginándola una de esas almas poéticas que terminan creyéndose y jurando con la mano puesta en la candela lo que inventaran en uno de esos raptos en que cualquiera de nosotros, fantasioso o no, daríamos media vida por poder transformarnos en artefactos nucleares, lo cual explicaría el afán de la Ex por borrar a su Ex de la memoria de las personas bien nacidas. Pues si a algo se parece la vida es a las novelas radiales. No en vano en Cuba Félix B. Caignet ha sido a veces tan medicinal como la Virgen de la Caridad.

Vistas así las cosas, acaso se detenga El Novelista en el oficial policiaco que según el joven del video empezó a visitar a la Ex después de su denuncia en el precinto y con frecuencia empezó a quedarse a dormir en la casa. En ese caso, a lo mejor le diera al Novelista por crear una inoculación mutua entre ambos personajes. Ella le pasó los bacilos contra Ángel y él a ella los que cabría esperar en un policía que no nació mañana. Pero no compliquemos al Novelista. Supongamos que ha dejado al oficial oyendo a pie de obra los relatos de la acusadora sobre sus días infelices con Ángel, cuitas que tanto y de tal manera lo apiadaron que no pudo evitar contagiarle su piedad a los funcionarios encargados de incoar el sumario del caso, esta solución le permitiría al Novelista explicar la parte de piedad que parece haber decidido el fallo de los magistrados de la Audiencia, en primera instancia, y luego el de los del Supremo.

Investigando como era su deber, podría El Novelista —sabiéndose por su oficio psicólogo de su época, el historiador mejor documentado de su tiempo no obstante valerse de aparentes ficciones para representarlo—, podría estar para entonces al tanto de que cuando años atrás, el joven y laureado escritor Ángel Santiesteban empezó a pensar por su cuenta, fue asaltado por unos entusiastas desconocidos que le partieron un brazo con fines pedagógicos. Por lo que podría sospechar El Novelista, puesto a identificar a aquellos educadores de la cabilla envuelta en periódico tan frecuente en los mítines de repudio pero sin lograr confirmarlo, fueron remanentes sueltos, a la deriva, al garete (pero negados a desparecer) de los viejos días anteriores al caso Elián, cuando las Brigadas de Acción Rápida salieron con el fin de recuperar la calle —tarea que, en efecto, sobre cumplirían estos destacamentos con un saldo discreto pero suficiente de huesos zafados, dientes perdidos, ojos sangrantes y fulanos por aquí y por allá cojeando durante semanas y alguno —es inevitable— quién sabe si para toda la vida.

Al Novelista, no le gustarían estos métodos. A mí tampoco. Empero, antes de juzgarlos, debería El Novelista hablar con quienes los han practicado. Tampoco entonces los aceptaría, pero al menos comprendería a esas devotas personas. O han peleado, y a veces vertido su sangre en las numerosas guerras de ultramar libradas por el gobierno cubano en sus primeros treinta años en el poder o han elaborado con cuanto fue dicho o hecho por su gobierno una mística tan poderosa que no les cabría en la cabeza el que pueda existir alguien en la tierra, la mar o el cielo que no comparta la idea de sus dirigentes. Ni aun en el cielo. “Son herejes”, me decía uno de ellos una vez. Otro me dijo: “Yo los mataría a palos”, y otro que fuera muy católico, tal vez pensando en la caldera del infierno, con los ojos humedecidos y la pasión de un árabe que ha visto atacada su fe, me dijo hace veinte años apretándome una mano con fervor y mirándome fijo fijo en una mesa ante dos cervezas: “Yo sin ponerles un dedo encima los dejaría caer desde una azotea bien alta en una piscina llena de aceite hirviendo”. No había crueldad en el corazón de estos devotos sin embargo. Había amor, había lealtad y amor más allá de la muerte para el proyecto de gobierno que constituía la razón de su vida, sus médulas que han gloriosamente ardido por decirlo con el poeta.

En una declaración en Internet, el doctor Vallín, hombre de honor y prestigioso abogado, denuncia que en el juicio contra Santiesteban no se le permitió presentar testigos, alega que la defensa fue obstruida, menciona leyes que no fueron tenidas en cuenta por la sala. Si bien no las justificarían, las razones de los devotos gubernamentales expuestas en el párrafo anterior le permitirían al Novelista comprender las irregularidades observadas por el doctor Vallín. La piedad ya dicha de un lado, y del otro lo que para esos doctos varones de toga y birrete debió de representar el librepensador Ángel Santiésteban vivo aún, fue demasiado. Y fallaron.

Por supuesto —y El Novelista lo sabe—, esta mezcla de sentimentalismo y lealtad gubernamental que en nuestra Isla tiene razones para funcionar en el empleado del camión de la basura que ha visto a su hijo bajar de la universidad con un título de doctor, no convencería en el extranjero. No podría. Esa curiosa gente de Afuera ve las cosas de otro modo. Ellos todavía hablan de contrato social y cosas así. Es por eso por lo que desde el principio di en suponer —o mejor, di en creer, en estar seguro—, que el gobierno del General de Ejército Raúl Castro, velando por la buena imagen de su administración en este momento excepcional de su historia, le haría justicia al escritor Ángel Santiésteban. No permitirá que este caso, pensé (y espero que conmigo lo crea el hipotético Novelista), vaya a convertirse en otra cosa. Pues cualquier persona, por humilde que sea (o lo parezca) puede ser, empero, el comienzo o el fin de una época. Pensar en el desconocido aquel que en Sarajevo le salió al paso a un coche.

Por último (segundo final posible: a escoger), parecería decir El Novelista, oblicuo, sin que lo parezca, en su acostumbrado subtexto (y si no lo dijera él, lo estoy diciendo yo ahora para que no se me vuelva a malentender), por último, damas y caballeros, basta ya de repetir episodios, de dimensión distinta pero en esencia semejantes al de Cristo, Herodes y los fariseos de aquel tiempo.

En La Habana, a 19 de marzo del año 2013

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