La Gran Burbuja y el silencio cómplice

José Daniel Ferrer padece en las mazmorras de la Seguridad del Estado en Santiago de Cuba,
sometido a presiones psicológicas y prácticas macabras (como el ataque nocturno de enjambres
de mosquitos) con las que se pretende quebrar su salud. ¿Qué ha ganado Raúl Castro con la
detención y el hostigamiento del líder de la Unión Patriótica de Cuba? Nada en absoluto. José
Daniel emerge ya hoy, desde los calabozos de Versalles, como la figura más carismática y activa
de la disidencia cubana. Su quehacer ha trascendido al occidente de la Isla y desde fuera se le ve
con profunda admiración y respeto. Cuando se han alcanzado cotas tan altas ninguna medida de
contención resulta eficaz. Su encierro solo producirá más activismo y otras figuras que,
inspiradas en él, multipliquen su ejemplo.

Hoy este hombre, cuyo valor e integridad de seguro envidian no pocos generales cubanos (si no
pregúntenle si le temen o no a la Contrainteligencia Militar) se acaba de declarar en huelga de
hambre. Para muchos cubanos, estoy seguro, esta noticia no significa nada. Pensarán que se trata
de un delincuente más que quiere hacer de su celda la habitación de un hotel 5 estrellas. El
bloqueo informativo a que los tiene sometidos ese gobierno que les resulta indiferente los hace
cada vez más ignorantes y, también, más insensibles. Entre el llegar a la casa tras mil peripecias
con el transporte, robar, resolver, “bisnear” un poco y luego ver la pelota ―para al otro d ía
repetir el ciclo― se les va la vida. Hay quienes ni siquiera tienen trabajo, pero no son pocos los
que manejan dinero, se dan su viajecito al extranjero y hasta gozan de los servicios de Internet.

Dentro de este último grupo―de donde no se excluye el trapicheo― están los reconocidos y no
tan reconocidos intelectuales y artistas. Se les puede ver llenos de teorías, pensamiento crítico, a
conveniencia informados, en contacto permanente con sus colegas del exilio. Pero hay otros
muchos dentro de este grupo (el cual ya ha ascendido a la clase media) que nunca se han subido
al transporte urbano ni ven la televisión nacional. ¿Qué les impide a toda esta gente
―y me circunscribo a ellos en aras de la brevedad― conocer lo que pasa en Cuba? Recientemente, le
pregunté a uno de los más famosos escritores de la Isla si le decía algo el nombre de José Daniel
Ferrer. Ya podrá imaginarse el lector cuál fue su respuesta. Pero esto no es lo más alarmante:
muy buena parte de nuestros académicos e intelectuales ignoran la existencia de la sociedad
civil. Si se les interroga al respecto inmediatamente se remiten a las ONGs (que en Cuba son,
paradójicamente, gubernamentales) y a los proyectos comunitarios (vinculados obligatoriamente
a las instituciones del Estado). Toda la gama de proyectos independientes, el activismo cívico y
político, el movimiento opositor, las variadas formas de la disidencia, los espacios alternativos,
los grupos contestatarios y hasta las individualidades como Yoani Sánchez les resultan ajenos a
esta Intelligentsia que se niega a salir de la Big Bubble. En el exilio he escuchado la opinión que
hay que separar la cultura de la política para no correr el riesgo de quedarnos sin artistas (como si
permanecer dentro de la Burbuja no fuera justo la forma de hacer política que tienen nuestros
artistas). Nótese hasta dónde puede llegar el encantamiento.

Hay que romper esa inmensa pompa para acceder a la sociedad civil y sus espacios, únicos
lugares en los que la oposición, la disidencia y los movimientos cívicos pueden interactuar con el
resto de la población; constituyen, pues, estos sitios el empalme, la articulación que se necesita
para hacer viable la reforma política. No es por simple oficio que la Seguridad del Estado no
escatima esfuerzos para mantener esos puentes rotos. Es hora que los cubanos de fuera y dentro
reconozcan la verdadera Cuba, que no se reduce a la Gran Burbuja en cuyo interior flotan los
intelectuales orgánicos, el gobierno, las instituciones del Estado, la imagen de los medios y los
vecinos agrupados en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Cuba es más que eso: es
también―y más bien― esa pujante sociedad civil, que entraña a los ciudadanos y su autonomía,
ilusiones, proyectos; sus vidas secuestradas, las calles ―nuestras calles―, la decisión de tener
voz propia.

Alexis Jardines
San Juan, 04/23/12