El reformismo o la lógica vindicacional del castrismo tardío

I

Arriesgo aquí el neologismo “vindicacional” porque intento parafrasear un conocido título de Friedrich Jameson. Confieso que no me gusta Jameson, tampoco usar la palabra «castrismo». Y no porque los Castro no tengan ideario alguno, sino porque los cubanos de la Isla son refractarios a tal lenguaje. Ningún diálogo ―incluso, con gente que no apoya el gobierno― prospera en Cuba cuando se echa mano a términos como «régimen», «dictadura», «anticastrismo», etc. Los hermanos Castro ―se esté a su favor o en su contra― son para el cubano de a pie, simplemente, «Fidel» y «Raúl». En lugar de «régimen» se habla del «Estado» o de «la Revolución», mientras el «anticastrismo» es solo un significante vacío. Durante largos años el aparato ideológico del régimen se ha ocupado con desvelo del lenguaje y esta es una de las razones que dificulta la recepción de la oposición interna entre la gente común. Las palabras «opositor», «disidente», «derechos humanos» también han sido satanizadas producto de un trabajo sistemático, incluso a nivel subliminal, que prescribe su uso como tabúes. Es decir, el empleo de tal lenguaje marca a la persona y el estigma se transmite como una infección a sus allegados, tal y como sucede entre las tribus primitivas. El terror a la disidencia inducido al individuo desde su más temprana edad escolar, reforzado con el edulcoramiento del mito revolucionario y el uso del lenguaje oficial como única opción en la comunicación a nivel institucional y hasta social, termina desplazando al inconsciente cualquier contenido amenazante por intraducible, desde la dudosa desaparición de Camilo, pasando por el fusilamiento del General Ochoa, hasta la presunta homosexualidad y alcoholismo de Raúl Castro.

En un plano ya más mental, pudiera afirmarse que Fidel Castro habría blindado la Revolución. A golpe de reificaciones y de mantenerse refractario a la realidad su discurso se volvió inmune ante cualquier género de crítica. El Comandante en Jefe, mediante un peculiar proceso de proyección sustitutiva, identifica (más bien, releva) la realidad con sus propios razonamientos, que no temen caer en constantes contradicciones ni tampoco vagar sin asidero alguno, ya que pueden esperar el tiempo que sea necesario para acreditarse como verdaderos, buenos y justos. Se sabe que para Castro no existe el embargo, sino el «bloqueo», es decir, una palabra que se procuró con la intención de sustituir la adversa realidad que obstaculiza sus propósitos. Pero no todo acaba para él en un juego lingüístico, sino que el gran líder va más allá al atribuirle al vocablo dimensiones ontológicas, convencido goebbelsianamente de que la palabra que más se repite es la más ―si no, la única― verdadera. Cualquier cubano de la Isla reconoce que Fidel Castro, por el simple don de la reiteración, convirtió en héroes a 5 espías de quinta categoría, pero lo que ninguno puede hacer en Cuba es llamarle de otro modo que «los 5 héroes». En el contexto, delimitado por el propio Comandante, no funciona otro término. Y la razón no es solo de intimidación o de mera propaganda política, es también una razón semántica (hay algo de wittgensteineano en ello). La realidad del líder se impone sobre la realidad real (el término es de Hegel). Para el Quijote de Birán, donde hay molinos tendrá que haber gigantes y punto.

Tomaré, a modo de ejemplo, tres momentos bien ilustrativos de esa lógica revolucionaria retorcida: la libertad de expresión, el mecanismo de las elecciones y el tema del embargo. Aunque ellos suponen un contexto político, uno jurídico y uno económico, respectivamente, la clave del asunto reside en que todos dejan como saldo un conflicto moral en los individuos. Antes de desarrollar los puntos mencionados ―y debido a que subyace en cada uno de ellos― es preciso reparar en un fenómeno típico de la mentalidad castrista. Me refiero a su divorcio de la realidad producto de un retardo del tiempo. Los revolucionarios cubanos, paradójicamente, siempre llegan demasiado tarde. Explicaré esto.

Por varias décadas en Cuba se penalizó la tenencia de divisa. El número de ciudadanos, independientemente de su extracción social, de su grado de instrucción, de su proyección ideológica, etc., que cumplió condenas ―excesivamente largas― por semejante pseudo delito fue muy alto. Con el tiempo, la Revolución se vio imperiosamente necesitada de los dólares americanos y eliminó esa figura delictiva del código penal, pero ¿por qué no indemnizó a los ex convictos? La despenalización del dólar es el reconocimiento tácito de que su tenencia, en rigor, nunca constituyó un delito , en cambio, para la relentizada mentalidad revolucionaria, es un problema de tiempo: un mismo asunto, retomado 30 años después, se legitima sin más por decreto, nunca antes de “lo debido” ni de otra forma.

Otro tanto puede decirse de la compraventa de inmuebles. Gente presa a montones, decomisos, humillantes desalojos, reubicaciones de propietarios de mansiones en cuartuchos y en apartamentitos de micro en las afueras, confiscaciones de bienes, todo en conformidad con la improvisada Ley 70. Tan solo días atrás los Castro dan vía libre al mercado de inmuebles ¿qué hacer, en este caso, con los procesados por el cargo de compraventa ilícita? ¿Van a la calle, como si nada hubiera sucedido? Por supuesto que no hay ni hubo en la compraventa de casas delito alguno, pero para ver (y no que, reconocer) esos errores la mentalidad revolucionaria ha necesitado décadas.

Así, se pudiera destacar una buena cantidad de casos en que la Revolución llega siempre tarde y se apropia de los reclamos de sus opositores. Nótese bien, no se trata de tolerancia: tales reclamos, que en su momento fueron severamente reprimidos, no son después escuchados y mucho menos satisfechos, son apropiados mediante la supuesta legitimidad que le otorga el tiempo ya pasado y el hecho de haber languidecido, resultando al cabo inocuos para las obtusas mentes revolucionarias al carecer de potencial “subversivo”. De este modo, la Revolución se satisface a sí misma y ―supuestamente― nunca claudica ante sus opositores. Semejante desfase temporal es una herramienta muy útil porque puede llegar a confundirse con aperturas y cambios reales. La Revolución se abre, sí, pero demasiado tarde, cuando lo que un día fue verdaderamente revolucionario se ha vuelto conservador (Hegel); cuando lo verdadero ha dejado de serlo; cuando el cambio en cuestión ya no significa un progreso, sino un mantenimiento del statu quo. Un ejemplo particular: hoy los marxistas cubanos se pronuncian contra el manualismo, como haciendo suyos aquellos reclamos tempranos de los marxistas de Pensamiento Crítico, que se sienten por ello rehabilitados y complacidos. Nada más falso y apologético que estas oportunistas reivindicaciones del pasado. Lo que Cuba necesita hoy no puede dárselo la Revolución, capacitada exclusivamente para proveer a la nación de los cambios que precisó hace 30 años atrás, de ahí el capitalismo decimonónico que se nos avecina. Si hiciera falta otro ejemplo piénsese tan solo en el CENESEX de Mariela Castro como rehabilitación de un pasado hoy inocuo que otrora ―es decir, cuando fue presente― se encerró brutalmente en las granjas de trabajo forzado (UMAP). De la imagen de aquellos gulags le pido al lector que regrese hasta el verdadero presente: el caso de Wendy Iriepa. Dígame qué se ha ganado en términos de tolerancia; niéguese ahora que ha habido cambios en lo que toca a la cuestión homosexual. En efecto, cuando se obvia este desfase o retardo temporal (que genera un constante déficit de realidad) se puede ser presa fácil de los ardides vindicativos de la mentalidad castrista.

II

Siguiendo con la paráfrasis, me hubiera gustado nombrar kantianamente este epígrafe como sigue: «La libertad dentro de los límites de la sola Revolución», porque justo de eso se trata. Nótese que, en cualquiera de las anteriores formulaciones, estamos en presencia de una contradicción (y no de tipo hegeliano, precisamente). La situación de confusión del enunciado con la realidad, así como de relentización, dilatación e, incluso, detención del tiempo encarna en las sucesivas interpretaciones de ese panfleto programático conocido como Palabras a los intelectuales (1961) y, particularmente, en el célebre mandamiento: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Visiblemente, se trata de un planteamiento totalitario y exclusionista. Sin embargo, durante todos estos años se ha ido ampliando el significado de la proposición «dentro de la Revolución» hasta llegar al punto de excluir de ella solo a los «incorregiblemente contrarrevolucionarios», como ha hecho recientemente el viceministro de Cultura, Fernando Rojas. Es algo contra fáctico, aun así el exclusionismo tácito de Palabras a los intelectuales se vuelve “exclusionistamente” inclusivo, gracias a estas tardías reivindicaciones con las que se intenta legitimar los enunciados castristas.

El criterio prevaleciente es que toda la producción cultural cubana de valor, realizada en Cuba o fuera de ella, pertenece a la Revolución. Sostenemos que nos pertenecen Cabrera Infante, Lidia Cabrera y Reinaldo Arenas, entre muchos otros. A todos ellos se les ha publicado en Cuba, a pesar de las protestas desde el exterior. Defendemos el criterio de que se debe escuchar a Celia Cruz .

Como se ve, la libertad y el inclusivismo llegan ―preferiblemente― postmortem. La Revolución, atendiendo a esta lógica escurridiza, pudiera argumentar tranquilamente que coincide en lo fundamental con los reclamos de sus más tenaces opositores, solo que lo hace al cabo de tres décadas (y esta parte, por supuesto, es la que omitiría). Veamos, más concretamente, cómo se maneja el supuesto inclusivismo de Palabras a los intelectuales en su más reciente versión: «La producción intelectual de aquellos años ―asegura Fernando Rojas― ha sido rescatada. Sus autores gozan de prestigio y reconocimiento. Las instituciones culturales dedican ingentes esfuerzos a promover a todo el que no fue publicado en aquella época y a estrenar las obras de teatro de esos años» (Idem).

Y ya que todo marcha sobre ruedas con las producciones culturales de «esos años», comparémosla con la situación de estos años. No hace mucho en el blog Penúltimos Días podía leerse un comunicado de la directiva del Rotilla Festival denunciando una inaudita maniobra gubernamental: «La directiva del Festival Rotilla acudió al Ministerio de Cultura sabiendo que se estaba realizando una reunión con motivo y nombre “Rotilla“, en las oficinas de Fernando Rojas, viceministro de cultura. De ella fuimos cortésmente expulsados, no habíamos sido convidados» . Ya nada puede hacer Cabrera Infante o Lidia Cabrera, pero el presente cultural habla por ellos:

Nosotros, realizadores y autores de Rotilla Festival, y en mi nombre propio, su director y fundador, DENUNCIAMOS el robo, el plagio y el secuestro que esta actitud significa para todos los jóvenes de esta tierra que hoy representamos. Denunciamos la excesiva y terca censura que se esta ejerciendo contra cualquier actividad cultural que NO provenga de las llamadas instituciones. Denunciamos el acoso a que estamos siendo sometidos de manera constante, a la vigilancia y las amenazas sutiles o directas de las que somos objeto cotidianamente .

Pudiera decirse, de algún modo, que el Rotilla Festival es a la política cultural cubana lo que Wendy Iriepa a la política de género.

Hoy se intenta, bajo un falso gesto inclusivo, recuperar el pasado cultural opositor, incluso el contra revolucionario, que ha fuerza de años se ha vuelto inocuo. Pero la pregunta legítima es: ¿y por qué no el presente opositor? La respuesta es obvia: porque la mentalidad castrista ―y, con ella, la Revolución misma― a pesar de sus malabares tempóreos y discursivos, es esencialmente exclusionista. Su verdadero rostro lo muestra cuando encara el presente, no cuando “recupera” el pasado. El «dentro de la Revolución», si en realidad se pretende vender como un enunciado no exclusionista, debe incluir la oposición cultural actual. Pero es, justamente, la pertinaz incapacidad para identificarse con el presente lo que caracteriza a la Revolución cubana. Recomiendo en este punto ser cauteloso. Cuando se argumente retorcidamente ―como se ha hecho en más de una ocasión― que la Revolución garantiza la libertad, dentro de sus marcos, a todos los ciudadanos («dentro de la Revolución, todo»), debemos buscar la contradicción y, con ella, la falsedad del enunciado en esa situación de libertad condicionada, de libertad dentro de límites. De igual modo, no hay que ver inclusivismo alguno en una proposición que supone una conversión ideológica como condición sine qua non para el reparto de las libertades, cuando no, una forzosa participación o ―según su más novedosa versión― un secuestro.

La Revolución, dicho de la forma más simple, desde sus mismos comienzos se ha propuesto sumar voluntades, pero esto no la hace inclusiva, ya que el propósito de tal operación ha sido el de ganar adeptos para aplastar a los verdaderamente no conversos. El episodio del Rotilla Festival, de un solo golpe, pone de manifiesto la intransigencia castrista con la otredad, la desesperación postrera del régimen y su contradictorio inclusivismo. Incluir, en estos casos, no es convertir ―mucho menos, forzosamente― sino alternar con lo totalmente otro (totaliter aliter).

Si destacar la diferencia es muy importante, no menos lo es revelar la tendencia común que subyace en el episodio del Rotilla y en el nuevo tratamiento a intelectuales y artistas del pasado, rotulados como «corregiblemente contra revolucionarios». En ambos casos se trata de una apropiación. La Revolución ―en términos de legitimación simbólica― apenas si tiene ya de qué sostenerse y ha decidido invadir el terreno enemigo y conquistarlo por la fuerza. Hablo de una apropiación forzosa de la cultura pre, contra y no-revolucionaria.

No debe perderse de vista que el juego del socialismo democrático de Raúl Castro, (el de la tolerancia represiva) no revela más que el acentuado debilitamiento o precariedad de las estructuras de plausibilidad del proyecto revolucionario. Fidel Castro lo sabe como nadie en el exilio, por eso teme que la Revolución se autodestruya, se aniquile desde dentro. Como sabe también ―y lo ha manifestado― que la oposición interna por sí sola jamás logrará su objetivo. Fidel le teme a otra lógica diferente a la suya, que pueda acarrear la desintoxicación ideológica de la nomenklatura y de la ciudadanía. Y en esto, lleva toda la razón. El blindaje de su obra fue concebido contra los ataques de la oposición interna y externa, pero no contra la anomia y el desinterés generalizado de su “querido” pueblo y, sobre todo, de la juventud. La Revolución es la obra de una generación y, naturalmente, muere con ella.

III

Fidel Castro ―que en sí mismo es una contradicción viviente― saca provecho de las oposiciones y suele escurrirse entre las mismas. Nótese cómo se maneja el tema de las elecciones. El propio Comandante diseñó un plan perverso que le llamó «Estrategia del Voto Unido». En la práctica, dicha estrategia pone al votante ante un dilema político y moral: o todo o nada. Esto quiere decir que: o se vota de manera unificada por todos los candidatos (para lo cual existe una casilla bien visible en la boleta) o no se es revolucionario. Se insiste en que cualquier consigna, palabra, trazo que se haga en la boleta conduce a su anulación, pero también se anula la cédula si se deposita vacía en las urnas. El votante, que ni siquiera conoce a los candidatos, si no es revolucionario echa la boleta en blanco (con el propósito explícito de ir a la contraria) y; si lo es, con una simple cruz realiza el voto unido, ya que entiende que el voto no unificado no es una opción. La boleta vacía beneficia al régimen y el voto unido es el objetivo supremo. Resultado: Fidel nunca pierde, ni ante el ingenuo voto en blanco, ni ante el incendiario que llene la boleta de consignas anticastristas porque, simplemente, las opciones ―sobre todo las extremas― están bajo control: o el voto es positivo o no existe el voto.

De modo que todo lo que podemos hacer para expresar nuestra inconformidad con los candidatos impuestos es votar. Ahora bien, «de los males el menor», como reza el proverbio. Si se votase arbitrariamente por un solo candidato la boleta sería válida e iría a cómputo. Tal decisión automáticamente, excluiría a los restantes candidatos, poniendo en evidencia su respaldo popular y, en algunos casos, afectando el porcentaje de votos positivos a tal punto que pudiera no cumplirse la condición del cincuenta más uno, es decir, justo lo que el comandante pretende evitar con su manipuladora estrategia. Es una palmaria contradicción esta (la de imponer una elección) y una de las tantas que le van dando cuerpo a la cotidianidad cubana como resultado de la proyección de una mente que se niega a abrirse a la otredad. El caso de la votación es muy ilustrativo porque el hecho de verse, como única opción, en la situación de tener que elegir siempre entre cosas perjudiciales es el más común. También aquí asoma la contradicción: no hay manera de conseguir el objetivo que no sea beneficiando al régimen, ergo, perjudicándose uno. Dicho de otro modo, frente al Estado revolucionario ―que no ha sido otra cosa que la encarnación de la retorcida lógica castrista― el individuo (en Miami o en La Habana) siempre tiene las de perder. Y esto nos lleva ya directamente al meollo del asunto, porque una alternativa de tipo shakespeaereano no es viable aquí. Ganar o perder; that is not the question. Hay que ―como enseña el ejemplo anterior― ganar perdiendo.

En general, el argumento más socorrido de los detractores del embargo es que el mismo, en medio siglo, no ha producido el resultado deseado. En lugar de derrocar a la dictadura castrista ―se argumenta― ha servido para legitimar el discurso de la Revolución y justificar sus fracasos. La contundencia de semejante planteo es obvia y la esperanza de que sea de otra manera bien escaza. No podemos negar que el comunismo de guerra, como el que han regentado Fidel y Raúl, reina a sus anchas en épocas de escasez y miseria generalizada y que la imagen del enemigo, si no la hubiere, habría que inventarla. Sin embargo, quien más ganaría, de imponerse este punto de vista, sería el régimen cubano.

Por otra parte, los defensores del embargo insisten en que las presiones económicas deben llevar a una situación de estallido social, según la «teoría de la caldera» (el término lo tomo de Yoani Sánchez). El argumento favorito aquí, atendiendo a la reformulación en boga, es que el dinero sirve a los hermanos Castro para incrementar la represión. En realidad, se corre un gran peligro al levantar el embargo, toda vez que la nueva situación creada, no quepa duda, será cabildeada por la dinastía Castro aun en el poder. Quien más tiene que perder aquí es el exilio político cubano. Mi pregunta es ¿y cómo queda la inmensa mayoría (sobre todo la juventud) de los cubanos de la Isla y de sus emigrantes? Cuba no se reduce al gobierno + la oposición interna + el exilio político.

A los que proponen ―dentro y fuera de la Isla― eliminar el embargo es bueno recomendarle, al menos, el uso de Wikipedia, donde podrán descubrir que los Estados Unidos son el primer suministrador de productos agrícolas a Cuba; que la inmensa mayoría de las importaciones cubanas de arroz y de carne de ave provienen de los Estados Unidos, siendo considerables también las importaciones de trigo, maíz y soya. Prácticamente todos los productos que comercializan los mercados recaudadores de divisa o son cubanos o son norteamericanos. El tan llevado y traído recrudecimiento del embargo en la época de Bill Clinton permite abiertamente el comercio de las filiales extranjeras de compañías norteamericanas con Cuba siempre que no superen el monto de los 700 millones de dólares anuales. El intercambio académico y cultural se ha vuelto a restablecer con una fluidez nunca antes vista. No hay bloqueo alguno ―hasta donde yo sé― de medicinas. En tales condiciones cabría preguntar: What kind of Embargo is this? O, más precisamente: ¿qué parte del embargo es la se quiere eliminar? ¿Qué parte de esas facilidades otorgadas al régimen es la que no lo tumba?

A los que proponen, por el contrario, el recrudecimiento del embargo yo les sugeriría que se preocuparan por hacerlo funcionar tal y como fue concebido, sin mezclar en ello el asunto de las remesas familiares y de los viajes de los cubanos a su país de origen, lo cual es una prerrogativa y una decisión de cada cual. En este sentido, los partidarios del embargo podrían dirigir sus dardos contra los granjeros norteamericanos (que quieren y están enriqueciéndose con el intercambio) y no contra sus compatriotas (que solo se quitan lo que tienen para ayudar a paliar la situación de sus seres queridos). De igual modo, debían interesarse más en presionar para hacer cumplir las penalizaciones de los turistas norteamericanos que viajan a Cuba a través de terceros países ―como ya lo viene haciendo la congresista Ileana Ross Lethinen― según estipula el embargo y no en prohibir los viajes de los cubanos a su tierra natal.

Siguiendo el ejemplo anterior de cómo realizar el voto en las amañadas elecciones castristas, hay que poner en práctica el proverbio «De los males, el menor». No es la parte de la tajada que le llegue al Comandante la que debe preocupar, sino la que va directamente a oxigenar la sociedad civil cubana. Por otra parte, cabe agregar que el levantamiento del embargo pudiera acabar con la Revolución, con el socialismo y con la represión de los opositores políticos, pero deja intacto el poder dinástico de los Castro, que seguirían timoneando el futuro de la nación en las nuevas y muy ventajosas condiciones.

IV

De lo que va dicho se sigue que la mentalidad revolucionaria es incapaz de actualizarse, porque ello entraña un insuperable conflicto con la realidad. Así, pues, por «actualización del modelo socialista» ha de entenderse el gesto gubernamental por el cual se reconocen derechos, fundamentalmente, económicos que podían satisfacer las demandas de la sociedad cubana de la primera mitad de los años 80 del pasado siglo. La Cuba de hoy quiere y necesita otra cosa, pero además lo sabe. Así, pues, háblese mejor de la verdadera actualización y no ya de esos efectos “relativistas” del tardocastrismo (raulismo).

Salvar el abismo que separa a Cuba del resto de las naciones civilizadas ―en lo único que podría consistir la actualización real de cualquier proyecto de gobernabilidad― es convocar a elecciones libres. ¿Cuánto tiempo más se necesita para convencer a los dirigentes cubanos que son ellos la causa de la insatisfacción popular y que solo con respecto a su gobierno es aplicable el concepto de cambio? Las nuevas generaciones los rechazan más cada día y las viejas ellos mismos se encargaron de desterrarlas, encarcelarlas, estigmatizarlas hasta el punto de quedarse solos. Así, pues, en lo que a las reformas toca, sería una soberana estupidez practicar la estrategia del pelo del lobo. La palabra “cambio” no tiene ningún sentido en Cuba si estos ―como ya he expresado en más de una ocasión― son protagonizados por el Partido (único). Dicho de otro modo, lo que puede significar un cambio real en la Isla es el desmantelamiento democrático del Estado socialista y del aparato partidista, interventor, controlador y administrador de la nación, de las almas de la gente y de las propias instituciones estatales. ¿Por qué razón, a medio siglo transcurrido tras la toma del poder por los rebeldes de la Sierra Maestra, los revolucionarios no pueden organizarse en un partido y dejar que el resto de la población se haga representar como le dé su real gana? Aun en ese caso, para ellos extremo, tendrían una gran ventaja, toda vez que poseen el dinero que durante décadas enteras le han esquilmado a la nación y al pueblo; tienen los contactos y los recursos políticos, diplomáticos, militares. Es decir, cuentan con la experiencia, la infraestructura, la cobertura y la envergadura necesaria para enfrentar una campaña electoral como ningún otro adversario. Es por eso que, a partir de ahora, sería conveniente que los cubanos dentro y fuera de la Isla vayan dejando atrás ciertas distracciones como el embargo, la represión y los cambios tardíos del régimen para concentrar la atención en la movilización de todas las fuerzas políticas (castristas, incluidos) de cara a elecciones libres. Si hay algún factor de consenso y unidad de todos los cubanos es este.

El Partido Comunista gobierna por la fuerza el país y por un período de tiempo que raya en lo absurdo, mientras el descontento de la población no ha hecho más que crecer. Basta ya de experimentar con la vida de la gente y vayamos a las urnas, como seres civilizados, a decidir todos con transparencia nuestro destino.

1) Como en todos los casos, lo que se viola es la voluntad del líder totalitario erigida en ley.
2) Del Prólogo al libro Cuba, cultura y Revolución: Claves de una identidad, en proceso de edición. Publicado en La Jiribilla con el título: «El universo de palabras a los intelectuales». La Habana, Año X. 2 al 8 de Julio de 2012).
3) Véase, Declaración Oficial del Consejo Directivo del Festival Rotilla. La Habana, 20 de Julio de 2011. Publicada íntegramente en Penúltimos Días, de donde fue tomada la cita.
Idem.