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Fuente original: este articulo periodístico fue originalmente publicado en Diario Las Américas

La muerte de la prensa ha venido ocurriendo paulatinamente y durante los últimos cuatro años pudimos escuchar sus estertores; con ella se esfumó no solo la mejor tradición del periodismo norteamericano, sino también el ideal de su función social: servir al público

Hace una década había coincidencia plena entre periodistas, investigadores y académicos en que la prensa atravesaba una crisis profunda. No solo se trataba de obsolescencia de un modelo de negocios —debido a la irrupción de internet y las nuevas tecnologías—, sino del abandono de un modo de hacer periodismo, de concebir sus principios y fines.

Como expliqué en mi artículo anterior, el Mainstream Media desdeñó su misión de informar a los ciudadanos, se banalizó y mercantilizó, violó normas profesionales y principios éticos, generó desconfianza, perdió credibilidad.

En los últimos tiempos se manifestaron fenómenos inusitados. Para empezar, nunca los medios de noticias habían recibido ataques tan fuertes y constantes por parte del presidente del país.

En su momento consideré injusta, desproporcionada y contraproducente semejante hostilidad. Atacar a la prensa, como institución, es echar abajo uno de los pilares centrales de la sociedad democrática. Desde luego, tenía presente el legado de los “muckrakers” y el periodismo de denuncia, el American New Journalism, las figuras emblemáticas como Edward R. Murrow, Walter Lippman, Walter Cronkite…

Con razón las organizaciones de periodistas y de medios (Comité para la Protección de los Periodistas, Reporteros Sin Fronteras, Sociedad Interamericana de Prensa) denunciaron la “retórica antiprensa” y adujeron el daño que infligía a los periodistas en los países democráticos, y, sobre todo, en sociedades autoritarias y dictaduras donde estos son más vulnerables…

Varios estudios sobre cobertura informativa publicados durante los dos últimos años me permitieron acercarme al fenómeno sobre la base de datos y análisis serios. Además, la campaña electoral de 2020 —de la que fui atento consumidor de noticias— me ofreció una oportunidad inigualable para examinarlas críticamente. Así, con una perspectiva más completa quise indagar las razones del epíteto “enemigo del pueblo” y la insistencia de Donald Trump en calificar a los Big Media como “Fake News”. ¿Cuánto de verdad o falsedad había en sus palabras?

En parte, una pista la aportó Sharyl Attkisson y su Slantedhow the News Media taught us how to love censorship and hate journalism (Sesgados: cómo los medios de comunicación nos enseñaron a amar la censura y odiar el periodismo). Attkisson, quien ha sido varias veces galardonada por su trabajo en CNN, PBS y CBS, presenta un panorama actual alarmante:

“Una nueva generación de reporteros es dominante en muchas organizaciones de noticias: el tipo que piensa que su trabajo es convencerte de que crea lo que ellos creen personalmente; el tipo que no busca historias originales, investigar o abrir su mente a puntos de vista opuestos. Son del tipo que hace girar las noticias de acuerdo con lo que quieren que pienses. Ignora hechos que contradicen su línea argumental. Obtiene esas ideas de otros reporteros, de medios cuasi-noticiosos, empresas de relaciones públicas, agentes políticos y puntos de conversación impulsados por intereses especiales”.

Vayamos a los hechos.

Desde que tomó posesión el presidente Donald J. Trump en el 2016, cerca del 95 por ciento de los medios (algunos hablan de 98 por ciento) convinieron en una especie de frente común cuyo objetivo central fue deslegitimar la presidencia.

Una investigación del Shorenstein Center on Media, Politics and Public Policy de la Harvard Kennedy School, de la Harvard University, en Cambridge, Massachusetts, sobre los primeros 100 días del gobierno de Donald Trump concluyó, entre otros hallazgos, que este había recibido “una cobertura implacable durante la mayoría de las semanas de su presidencia, sin un solo tema importante en el que esta, en general, fuera más positiva que negativa, estableciendo un nuevo estándar en cobertura de prensa desfavorable para un presidente”.

En lo adelante, el discurso anti-Trump se tornó preponderante y compacto. En este empeño sobresalieron CNN, MNSBC, CBS, NBC, The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post, entre otros. Evaluando los resultados de las elecciones de noviembre del 2020, algunos analistas concluyeron que perfilaron una opinión negativa sobre el candidato republicano.

La cobertura noticiosa y opinática fue diseñada sobre varios ejes editoriales, a saber: investigaciones y procesos legales (trama rusa, Ucraniagate, impeachment), inmigración, pandemia. Fue frecuente que se catalogara al mandatario estadounidense de “fascista”, “supremacista blanco”, dictador, etc. Se exageraron sus errores, dificultades y pifias; y se ocultaron o minimizaron sus aciertos. De cualquier manera, fue un personaje omnipresente que reportó inusitados y altísimos ratings de teleaudiencia y tráfico en la web.

La trama rusa

Este es el eje más importante por su duración y sistematicidad. Durante más de 2 años los Big Media se empeñaron en demostrar que el exempresario había ganado la presidencia en el 2016 solo gracias a la ayuda de los rusos. Attkison la denomina “la madre de todas las narrativas” y la responsabiliza de lo que considera “la mayor erosión de la confianza del público hacia los medios de noticias”.

Un indudable aporte de su libro es el apéndice (Major Media Mistakes in the Era of Trump) donde aparece una selección de 131 ejemplos de titulares sesgados relacionados con acciones o declaraciones del mandatario, colaboradores o allegados. La lista puede consultarse en http://sharylattkisson.com, bajo el rubro de Special Investigations.

El FBI, comités del Congreso y también un fiscal especial alimentaron las Breaking News, reportajes, comentarios, que se mezclaron con filtraciones, rumores y fuentes anónimas. Al final, el informe del investigador especial Robert Mueller concluyó que, si bien hubo injerencia rusa durante los comicios, no pudo demostrarse que la campaña republicana u otras personas se hubiesen confabulado.

Para desconcierto de muchos, en abril del 2018 se conoció que The New York Times y The Washington Post obtuvieron el Premio Pulitzer de periodismo nacional por su cobertura de las investigaciones sobre la intromisión rusa. El jurado elogió la “cobertura implacable con fuentes profundas en interés del público”.

En abril de 2019, Diálogo Político —sitio financiado por la Fundación Konrad Adenauer, de Alemania— afirmaba que “no ha pasado una semana sin que se relataran hasta los últimos pormenores del avance la investigación, sus posibles conclusiones y los usos o consecuencias que traería consigo”. En contraste, el falso expediente ruso (Steele Dossier), pagado por la campaña presidencial de Hillary Clinton y el Comité Nacional Demócrata (DNC), que sirvió de base para impugnar a Trump, fue apenas tratado con la excepción de The Washington Post.

El Ucraniagate

Fracasado el plan de descrédito, el Mainstream modeló un nuevo eje de ataque aprovechando una filtración de inteligencia. Según esta, el Presidente había presionado a las autoridades ucranianas a mediados de 2019 para que investigaran a Joe Biden y a su hijo Hunter, a fin de comprometer al segundo, nombrado en 2014 miembro de la junta directiva de Burisma, importante empresa ucraniana de gas.

Esto sirvió para que se llenaran titulares y horas de radio y televisión. Poco tiempo después, en septiembre, se anunció la apertura de una investigación que podría haber conducido a un proceso de destitución (impeachment). Nuevamente, otra ola informaciones, filtraciones e insinuaciones formó parte del menú mediático.

En febrero el Senado absolvió al mandatario de los cargos de abuso de poder y de obstrucción al Congreso. Curiosamente, la implicación del vicepresidente Biden en la destitución del fiscal Viktor Shokin, quien investigaba a Burisma, fue olvidada.

Inmigración

La prensa mostró al Donald Trump como el azote de los inmigrantes, responsable de la separación de padres e hijos, y de infinidad de deportaciones. En el centro, la imagen de un gobernante cruel y racista. En verdad, este promovió medidas rigurosas contra la inmigración ilegal. Por cierto, nunca se mencionó que Bill Clinton inició la militarización de la frontera y la construcción del muro en 1994 bajo la “Operación Guardián” ni que Barack Obama fue responsable de más de 5 millones de deportaciones en sus ocho años de gobierno. Y vale aclarar que la famosa fotografía de dos niñas en una jaula fue tomada en realidad en 2014; otras fotos que ilustraron noticias y opiniones también eran falsas.

La pandemia

Desde los primeros meses de 2020 el tema fue politizado hasta la saciedad; abundaron los cuestionamientos acerca de la gestión ante la pandemia. Las ruedas de prensa diarias se convirtieron en una ocasión para “cazar” contradicciones, inexactitudes y pifias.

Ningún gobernante en el mundo podría vanagloriarse de no haber incurrido en errores de gestión al enfrentar el Covid 19 (por cierto, tampoco los científicos). Ciertamente, Trump pudo alertar desde el principio sobre la peligrosidad del virus; optar por usar mascarillas en público; abstenerse de abordar temas médicos y evitarse así disparates tales como considerar la inyección de desinfectante, calor y luz. Con todo, no puede achacársele, por un lado, la responsabilidad por la alta tasa de contagios y fallecimientos; y, por otro, omitir el rotundo éxito de la Operación Warp Speed para desarrollar, producir y distribuir vacunas en tiempo récord.

La prensa cuestionó la Operación desde sus inicios, alarmó a la población acerca de fiabilidad de la vacuna y puso en duda o tildó de fantasía la meta anunciada de conseguirla antes de fin de año. En contraste, descartó reportar el pésimo manejo de la pandemia en ciertos estados gobernados por demócratas, cuyo ejemplo más patente es el de Nueva York.

Conspiración de silencio

Como complemento de la campaña anti-Trump, estructurada sobre los ejes ya descritos, se sumó el ocultamiento o minimización de los aciertos del gobierno. Los Big Media buscaron consciente y planificadamente obviarlos. Para muestra, repárese en los audios filtrados por el Proyecto Veritas que exponen la parcialidad del presidente de CNN, Jeff Zucker, y de otros ejecutivos de la cadena a favor del Partido Demócrata, de su candidato, y en contra del gobernante republicano.

Los errores de Donald Trump fueron numerosos y de ellos se ha hablado hasta el cansancio. Sus rasgos de carácter (prepotencia, jactancia y soberbia) han opacado muchas veces logros indiscutibles en el orden económico y social. Puede que algunos lectores los hayan ignorado:

  • La más baja tasa de desempleo en medio siglo (antes de la pandemia) y, en particular, entre la población negra, hispana y asiática en el mismo período
  • Mayor reducción de pobreza de población negra en mismo período.
  • Autosuficiencia energética: EEUU, primer productor mundial de petróleo y gas natural
  • Creación de 12 mil nuevas fábricas que generaron más de medio millón de puestos de trabajo
  • Acuerdos comerciales más justos y recíprocos (renegociación de NAFTA y USMCA)
  • Firma de nuevos tratados comerciales con la Unión Europea y Japón
  • Histórica rebaja de impuestos; aumento del ingreso familiar medio en $6,500.00
  • Destrucción del califato del Estado Islámico (ISIS) y acciones anti-terroristas: eliminados Al Baghdadi y Qasem Soleimani
  • Reducción notable de la inmigración ilegal
  • Período sin guerras; reducción de contingentes militares en el extranjero.

Tales logros fueron menoscabados, deformados o silenciados con la probable finalidad de restar crédito al candidato republicano y beneficiar a su rival.

Censura en el año electoral

El sesgo del Mainstream Media se incrementó durante el 2020. La mayoría de los estadounidenses alega que estuvo expuesta a información errónea durante el año electoral y afirmó que esta fue más frecuente que en la del 2016.

Así lo demuestra una encuesta de los primeros días de diciembre del 2020 realizada por la Empresa Gallup en asociación con la Fundación John S. y James L. Knight. Más de cuatro de cada cinco estadounidenses creen que estuvieron expuestos a “una gran cantidad” (50 por ciento) o “una cantidad considerable” (34 por ciento) de información errónea. En noviembre, una encuesta similar había arrojado que el 84 por ciento responsabilizaba a los medios de la división política en el país.

Empero, la desinformación también se llevó a cabo mediante el silenciamiento de temas que podrían haber afectado la candidatura de Joe Biden, entre ellos, el estado mental y físico del candidato demócrata, su posición sobre el colegio electoral y el Tribunal Supremo, los violentos disturbios impulsados por Black Lives Matter y Antifa en el verano y los opacos negocios de su hijo. De improviso, y para extrañeza de muchos, se esfumó la tradicional y tozuda curiosidad de los periodistas. Por razones de espacio, solo me detendré en este último.

The New York Post publicó el 14 de octubre un artículo basado en correos electrónicos presuntamente obtenidos de una computadora portátil perteneciente a Hunter Biden. Según los mensajes, este había involucrado a su padre en negocios de una empresa de energía en Ucrania. Siguieron otras piezas de seguimiento en los que se ampliaba la participación de la familia Biden en otros negocios en Rusia y China. Las implicaciones políticas y de seguridad nacional eran tan escandalosas que hacían imposible cerrar los ojos.

Empero, la ceguera fue total. Los reporteros declinaron investigar el asunto y lo despacharon calificándolo de “desinformación de Rusia”, sobre lo cual no existía evidencia alguna. Esa falsedad se instaló cómodamente y dio paso a una inusitada censura. Lo alarmante es que The New York Times llegó a ufanarse del modo en que varios medios habían enterrado la historia (Trump Had One Last Story to Sell).

Parecía que estos no solo estaban protegiendo al candidato demócrata, sino que se habían integrado a su equipo de comunicaciones. “Los medios quieren proteger a ciertas figuras y perseguir a otras”, indicó Peter Schweizer, escritor y presidente del Government Accountability Institute (GAI). “Eso constituye una tragedia nacional”.

Por su parte, Facebook redujo la distribución de la historia al considerarla poco fiable; Twitter decidió eliminarla por completo, alegando que violaba su política interna sobre “material digital robado”.

Asombrosamente, hasta Terence Samuels, editor de noticias de la Radio Pública Nacional (NPR), indicó lo siguiente: “No queremos perder nuestro tiempo en historias que no son realmente historias” sino “meras distracciones”.

El resultado fue el esperado: el público no se enteró de nada. En el mejor estilo de Pravda, Renmin Ribao y Granma.

Una encuesta encargada por el conservador Media Research Center mostró la manera en que los votantes fueron manipulados. El 45.1 por ciento dijo no haber oído o leído nada sobre el escándalo antes del 3 de noviembre. Cerca del 17 por ciento de quienes votaron por Biden indicaron que no lo habrían hecho, si hubieran recibido información sobre los negocios de su familia, el perfil ultraliberal de Kamala Harris y los éxitos del actual presidente.

Otra encuesta, esta de Rassmussen, arrojó que el 52 por ciento manifestó que el tema fue enterrado para no dañar las aspiraciones presidenciales de Joe Biden. El 43 por ciento afirmó que era “muy probable” que el candidato fuera consultado sobre esos negocios y que tal vez se benefició de estos.

Como es sabido, luego del Election Day supimos que Hunter Biden era objeto de una investigación federal desde 2018. ¿Alguna rectificación, disculpa…?

Las tijeras de las Big Tech

A causa de los beneficios de la sección 230 de la Ley de Comunicaciones y Decencia (1996), estas empresas pueden bloquear o filtrar cierto contenido si es considerado “obsceno, impúdico, lascivo, indecente, excesivamente violento, acosador o de alguna otra manera censurable”. Eso abre la puerta para una “curadoría” interesada y sesgada, que se potencia por la extensión de su alcance mundial y enorme uso cotidiano.

Antes, durante y después de las elecciones las redes sociales suprimieron, restringieron o adjuntaron “advertencias” sobre cientos de miles comentarios sobre posibles irregularidades o fraudes. ¿Razones? Se les calificó de contenido “disputado y potencialmente engañoso”.

Robert Epstein, psicólogo investigador principal del Instituto Estadounidense de Investigación y Tecnología del Comportamiento en California, declaró al diario The Epoch Times que una investigación de campo que dirigió en meses previos al 3 de noviembre llegó a la conclusión de que Google y Facebook podrían haber cambiado 15 millones de votos a favor de Joe Biden.

Epstein, que se identifica con la izquierda, sostiene que, no obstante, ponía el país por delante de cualquier preferencia personal. “Si permitimos que empresas como Google controlen el resultado de nuestras elecciones, entonces no tenemos democracia, no hay elecciones libres y justas, todo eso es ilusorio”, afirmó.

Durante una audiencia en el Comité Judicial del Senado el 28 de octubre en torno a “censura, supresión y elecciones 2020”, los CEO de Facebook y Twitter, Mark Zuckerberg y Jack Patrick Dorsey, respectivamente, fueron cuestionados por su decisión de suprimir tales informaciones.

Más alarmante es el hecho que, durante la audiencia, se comprobó que las redes sociales suelen coordinar sus acciones. Por ello es comprensible la preocupación sobre el impacto negativo de sus decisiones sobre la libertad de prensa y expresión, lo cual explica los intentos de legisladores para modificar la ley mencionada. Por lo pronto, al menos nueve miembros y asesores diferentes del equipo de transición de Joe Biden trabajaron anteriormente en Facebook, Google o Twitter, lo cual no favorece precisamente los cambios.

La decisión de redes sociales —Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, entre otras— de cerrar a principios de año las cuentas del Presidente, colaboradores, simpatizantes, personalidades conservadoras y periodistas independientes; y el boicot de Google, Apple y Amazon a la red social alternativa Parler, eleva exponencialmente la alarma.

Requiem por la prensa

Sin duda, entre 2015 y 2020 los Big Media & Big Tech abrazaron sin sonrojo la polarización, el sesgo político, la proliferación de noticias falsas, incluso la omisión y censura de información, lo cual había sido ajeno por completo a la tradición periodística de Estados Unidos.

Una prensa que no busca la verdad, que deforma los hechos o los suprime abiertamente asalta el bastión de la democracia. En realidad, es su peor enemigo.

Existen otras experiencias independientes y alternativas (proyectos de investigación en colaboración, periodismo financiado por donaciones del público y fundaciones, periodismo de barrio, entre otras) que se aferran a la mejor tradición profesional dentro de un contexto de limitaciones y carencias y contra la tendencia extremista de visos totalitarios. Asimismo, aun dentro del Mainstream Media, hay comunicadores capaces y honestos que mantienen su vocación de servir, y cuya actitud es más penalizada que alentada por sus jefes.

Hay motivos para el pesimismo: es poco y probablemente algunas no sobrevivan. Frente esta enorme tragedia americana uno no puede menos que agradecerlo mientras escuchamos las notas del réquiem y afrontamos el duelo con dignidad. Acaso algún día, recuperada la cordura y el decoro, veamos nacer otra prensa, completamente distinta a todo lo conocido, pero fiel a su vocación de servicio y compromiso con la verdad.

emilscj@gmail27.com

Este articulo periodístico fue originalmente publicado en Diario Las Américas

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