Boris González Arena y el reto de hacer periodismo en el "ecosistema perverso" del castrismo

Boris González Arenas es colaborador habitual de Diario de Cuba. Desde La Habana sus artículos de opinión, reportajes y entrevistas han permitido visibilizar a la sociedad civil independiente. Por esta razón ha sido detenido, maltratado física y verbalmente y puesto en la mira de la policía política.

En su caso, ¿cuánto ha influido el hostigamiento policial y la propaganda gubernamental contra su labor en la estabilidad de su familia o la relación con vecinos y amistades más cercanas?

Lo primero que te especifico es que te voy a hablar como opositor que hace periodismo. Para mí el servicio público es una acción instintiva y una de las razones de mi oposición al castrismo es porque me priva del derecho a participar de la política de mi país. Se podría decir “si fueras castrista podrías hacer política” pero eso es un error. En Cuba no se hace política, ni como castrista ni como anticastrista. Los que deberían hacer política en Cuba son funcionarios que no se deben a sus electores, sino a quienes los designa en sus puestos y les pagan.

Cuando un opositor o cualquier miembro de la sociedad civil manifiestan su independencia, de inmediato comienza un sistema de asedio que tiene, como rasgo más miserable, su naturaleza delincuencial e inmoral.

En Cuba no se hace política, ni como castrista ni como anticastrista

Casi te puedo describir el esquema, porque lo conozco por mi trabajo de investigador periodístico y porque lo he sufrido como persona. Se busca volcar tus entornos sociales contra ti. Familia, trabajo, asociaciones, instituciones oficiales, todas son objeto de observación para analizar su potencial de agresión hacia el opositor. Un maestro puede señalar a tu hijo para ser analizado por su indisciplina a cualquier nivel, primario, preuniversitario o universitario. Un médico puede darte un diagnóstico falso de una enfermedad que no padeces, un abogado mentirte sobre la naturaleza de tus derechos. Tus compañeros de trabajo te pueden descalificar para continuar en el empleo. Mientras te escribo esto me vienen a la mente muchas personas que han sufrido estos agravios además de mí.

Personalmente te comento algunos actos. El pasado 11 de mayo de 2019 fui arrestado por participar en la marcha contra la homofobia primero, cubrir el evento para Diario de Cuba después y protestar, por último. Se me amenazó sobre las consecuencias que mi actividad tendría para mi familia. No era, claro, la primera vez. La amenaza hacia la familia de tan seguida se hace natural.

En agosto de 2018 me arrestaron frente a mi hijo, cuando salía con él a jugar fútbol, para amenazarme con que no me dejarían salir a Brasil a ver a mi papá enfermo que falleció siete meses después –amenaza que no se cumplió. Ese día pasé una noche en la prisión y para liberarme me pusieron primero una multa.

Ya antes, en el 2017, durante otro arresto, mi hijo pasó con mi esposa frente a mí, y entre ambos logramos disimular la situación y que él no se percatara –o sea, yo sé lo que es la estrategia del protagonista de “La vida es bella” para disimular la crudeza del internamiento fascista.

La policía arrestó a Boris González Arenas, periodista independiente y activista de la sociedad civil.

Varias veces han rodeado mi casa para impedir que salga ni entre nadie. En el 2017 hicimos una conferencia de prensa en mi casa. La policía llegó a primera hora de la mañana para llevarme, supuestamente por una denuncia sobre mí hecha al jefe de sector. No accedí sin una orden de arresto y entonces fueron a buscarme los paramilitares que dirigían el juego. Filmé a los policías, pero cuando fui a filmar al paramilitar corrió por los portales para evitar ser filmado. Finalmente no me llevaron e hicimos la conferencia de prensa, pero antes y después de la conferencia (durante la conferencia se escondieron) rodearon mi casa.

Los dispositivos policiales escandalizan siempre al barrio, sobre todo a quienes no me conocen. Pero vecinos de toda la vida disminuyen sus intercambios conmigo y disimulan las visitas que les hacen. Son contados los vecinos que me manifiestan las visitas de que han sido objeto y los hay que aceptan realizar labores de vigilancia sobre mí. Algunos de ellos tienen a sus hijos viviendo en Estados Unidos y Europa.

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En enero de 2015 fui expulsado de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, de donde además soy egresado. La acción fue coordinada por Jerónimo Labrada, que fungía como director general entonces, de manera subrepticia. Convocó a mis colegas de trabajo para realizar una expulsión colegiada. Negó todo el tiempo que la acción fuera inducida por los paramilitares castristas, aun cuando yo acababa de ser liberado luego de cinco días de secuestro e incomunicación. Hasta el día antes no solo había sido mi colega, sino que reconocía mi trabajo y dedicación docente.

Los cuadros de dirección cubanos son escogidos por su servilismo y Jerónimo Labrada es la demostración más vívida que he tenido de ello. Pero lo mismo te podrán decir muchos otros. Oscar Casanella de Luis Curbelo Alfonso, director del Hospital Oncológico; Yanelys Núñez de Luisa Campuzano, directora de la revista Revolución y Cultura; Omar Everleny Pérez Villanueva de Gustavo Cobreiro, ex rector de la Universidad de La Habana, y más recientemente Omara Isabel Ruiz Urquiola de Sergio Luis Peña Martínez, director del Instituto Superior de Diseño (ISDi). Todos fueron expulsados alegándose medidas administrativas diversas y encubriendo la saña de los paramilitares castristas.

La represión y el miedo se han filtrado a nuestra cultura

Otro acto de acoso es la citación de familiares y amigos muy cercanos. Con documentos falsos y falsas razones, que encubren el interrogatorio paramilitar que se desarrolla cuando llegan a las oficinas oficiales.

La represión y el miedo se han filtrado a nuestra cultura y las personas legitiman los antivalores como manera de vivir con cierta tranquilidad. De tal modo la deslealtad, la traición y la delación llegan a ser prácticas cotidianas que las personas pueden realizar sin perder el sueño.

Es un acoso que dificulta la vida, pues no solo existe el acoso real, sino todas las medidas que tienes que tomar entonces para cuidarte, cuidar a tu familia y amigos. Y el peligro que generes una obsesión por la persecución que pueda desencadenar en enfermedades nerviosas. Conozco casos así y es triste.

​¿Qué obstáculos legales o impuestos por la Seguridad del Estado ha debido sortear en su intención de hacer periodismo? ¿Cuánto cree que ha influido esta hostilidad en su obra periodística?

Los legales son diversos. El no reconocimiento de nuestra labor ya es uno fundamental. Eso, apoyado por lo ilegal que supone las detenciones, secuestros, violaciones a nuestra integridad y encarcelamiento, como es el caso de Roberto Jesús Quiñones Haces, convierten al periodista independiente en un hombre que asusta. La generalización del miedo produce el triste espectáculo de ver padres y madres que renuncian a exponer los casos de sus hijos, muertos lo mismo por prácticas médicas irresponsables, que por afecciones no atendidas en prisiones. Que renuncian a reivindicar a sus hijas, violadas y tratadas como indisciplinadas por sus colegios, por no contrariar el aparato gubernamental que protege la impunidad de los maestros o el de un hijo abusado sexualmente en alguna institución estatal, cuya denuncia ayudaría a enfocar las prácticas de extorsión sexual en el funcionariado castrista.

El castrismo sabe que lo mismo quitándote un teléfono móvil que un paquete de pollo de un congelador, te produce un daño significativo

Cuando de manera tan sistemática tropiezas con el miedo a la denuncia por parte de padres y madres, cuando se llega a este nivel, has llegado a uno de los peores espectáculos que puedes querer ver en tu vida.

El otro espectáculo lastimero es el de la comunidad de abogados reunida en la Organización Nacional de Bufetes Colectivos, tratándote como culpable por realizar una denuncia, engañándote con argucias legales, quienes te deben defender o evadiendo sus obligaciones contenidas en leyes y reglamentos.

Y, por supuesto, la carencia material. Soy un convencido de que la miseria le es consustancial al castrismo. Y los periodistas lo sufrimos como el resto de los cubanos. En nuestro medio se sufre por la necesidad de equipamientos de grabación, filmación, registro, almacenamiento, espacio, que son imprescindibles a nuestro trabajo. No en balde se producen las requisas disfrazadas de registro legal, para privar al periodista de su equipamiento por lo difícil que es su reposición. El castrismo sabe que lo mismo quitándote un teléfono móvil que un paquete de pollo de un congelador, te produce un daño significativo. José Díaz Silva, líder opositor, ha sufrido allanamientos despreciables, pero entre los periodistas los han sufrido Rudy Cabrera Arcia, José Fornaris, Osmel Rodríguez Álvarez, y otros más.

Ha influido en mi obra periodística en la radicalización del compromiso, en aumentar el énfasis en los temas que rodean la precariedad de nuestro ordenamiento jurídico, nuestro sistema de administración legal y el régimen de prisiones. Eso ha sido, por decirlo de algún modo, una de las especializaciones a las que he llegado, no estaba en el origen de mi actividad como opositor.

Es un dilema ético, del cual no pretendo tener una solución ni la mejor respuesta, el decidir dirigir la mirada hacia una tupición, un ómnibus roto o un espectáculo cultural, mientras se le administra, con perversión tan detallada, la muerte a Xiomara Cruz, Dama de Blanco y miembro de la Unión Patriótica de Cuba. Duele cada segundo y estoy convencido que, si algún día pierdo el sentido de culpa por no haber hecho más, habré perdido parte de mi humanidad.

Uno de los objetivos de la censura y otros mecanismos represivos es atemorizar al comunicador independiente o alternativo para disuadirlo de realizar su labor. ¿Ha sentido miedo? ¿Puede describir algunas de estas situaciones?

Creo que el aspecto más intimidante de este trabajo no es la acción represiva en sí, sino la vida cotidiana. El día a día. El seguimiento paramilitar, los carros que arrancan cuando tú sales de la casa, los hombres que se ponen en movimiento cuando tú pasas a su lado, las noticias de agravios sufridos por tus colegas, las rupturas extrañas de tu vehículo cuando estaba parqueado, la “pérdida” de bienes dentro de tu casa, las cerraduras que de pronto empiezan a abrir mal, las mascotas que mueren envenenadas, el vecino que deja de saludarte o te sigue con la mirada. Ese “ecosistema” perverso que el castrismo administra con la certeza de que es tan lacerante como acciones que a primera vista parecen más violentas o vejatorias y que cualquier opositor o periodista te podrá detallar con precisión dolorosa.

En mi caso he sido detenido en numerosas ocasiones, dentro de una celda se agradece que la reja sea de barrotes, que puedas ver a través de ella, que fluya alguna corriente de aire, que entre luz exterior, que no haya hacinamiento, que el baño esté decentemente limpio, que los policías se comporten con decencia. He experimentado las dos variantes en cada uno de esos aspectos. Me sorprenden y admiro los que han estado meses en celdas de aislamiento, por eso no me quejo. Me reservo calificar las historias de Ángel Moya, Mario Alberto Hernández Leyva y Rolando Ferrer Espinosa sobre la vida en una celda de castigo. A todos los he entrevistado y no puedo hacer otra cosa que admirarlos.

El castrismo es exitoso en su estrategia de invisibilizar su represión

Estuve preso un día en Pinar del Río, pasé la noche en una celda con otras dos personas, sin ventana y con la reja tapiada. Para mí fue poco tiempo, pero para los que estaban allí conmigo, un sonido, alguien que pasaba, una reja que se abría, eran suficientes para ir a mirar por los huequitos que quedaban entre las planchas de metal, para tener algún contacto con el afuera, comunicarse con un conocido, enterarse de algo. Si me hubieran dejado más días yo hubiera estado igual. Allí, a excepción de algún que otro, los policías y los oficiales de prisiones sabían pasar de la cara más humana a una expresión inmunda con una facilidad sorprendente, sorprendente para mí, claro. Solo como anécdota: en Viñales, Pinar del Río, fui arrestado con violencia, las esposas me las cerraron de un modo que luego por varios días tuve calambres en los dedos de la mano derecha, fui golpeado en la estación de la ciudad de Pinar del Río, fui expulsado al día siguiente de la provincia y llevé conmigo una multa por “asedio al turista”. Eso es castrismo.

“No fue posible viajar. El castrismo bloquea nuestra salida, como por seis décadas ha bloqueado nuestra libertad”, denunció en Facebook Boris González Arenas.

Ante la presión del Estado para silenciar a las voces discordantes –y la prensa independiente es una de las más constantes-, ¿por qué insiste en dedicarse a una de las labores más peligrosas que se llevan a cabo en países en dictadura?

Hoy por hoy ya dudo de por qué comencé a hacer esto. Las motivaciones iniciales se borran con el tiempo y las actuales parecen haber estado ahí siempre. Pero no es así. Cuando comencé en la oposición no sabía nada de legalidad y estaba mal informado sobre el alcance de la represión. El castrismo es exitoso en su estrategia de invisibilizar su represión, es una combinación de -hablando en términos de mercado- reducir al mínimo la oferta de información y su demanda.

Para mí se trata hoy de que conozco, lo he sufrido en mí y mis allegados y lo he sufrido en mis amigos y colegas. Solo para citarte algunos nombres cuyas agresiones he vivido con especial dolor, ahí están Julio Alfredo Ferrer Tamayo, Berta Soler, César Iván Mendoza Regal, Doraisa Correoso Pozo, Ariel Ruiz Urquiola, Mario Alberto Hernández Leyva y en este momento se trata de Xiomara Cruz, Maykel “El Osorbo” y Roberto Jesús Quiñones Haces. Y esos, te repito, son un puñado.

Una vez que eres un archivo vivo de ese trozo de historia nada ni nadie te puede hacer virar la espalda. La solución es muy simple y se reduce a una frase, “dejar de reprimir a los cubanos”.

Aunque no me lo preguntes tengo que agradecer el apoyo de mi familia, de mi esposa, mis hijos, su mamá y mis padres, hermanos y tantos amigos; los antiguos que no se despintaron, y los nuevos, todos sumamente coloridos e imprescindibles.

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