A Dios rogando y con el mazo dando

Confieso que de niña existió en mi una dualidad con respecto a la religión, conformada, de un lado, por la visión de mi padre, médico ateo y marxista, del otro, por la influencia que sobre mi ejercían las tardes en casa de Borita, mi abuela católica, lugar en el que encontraba por cualquier rinconcito, vestigios de sus creencias: imágenes del Sagrado corazón; crucifijos de plata; deslumbrantes piedritas del Cobre que me seducían y un librito grueso, de papel sedoso que relataba sucesos, incomprensibles para mi edad, que me hacían dudar de la inexistencia de un ser supremo depositada en mi educación temprana.

En mi niñez, cuando ser religioso en Cuba era visto casi con repulsión, sosteníamos constantemente, en los recreos de mi escuela primaria, antiguo Cuartel Moncada, acaloradas controversias infantiles sobre la existencia o no de Dios. En esos tiempos se trataba a los religiosos como apestados y se les evitaba como algo contagioso. Recuerdo escuchar también alguna que otra charla bajita entre adultos, sobre si a fulanito lo habían botado del Partido porque lo vieron entrando en una iglesia o de otro que por tener colgado en su casa un cuadro con la imagen de Jesús había perdido su ‘’carrera’’ en la Universidad.

Con la visita de Juan Pablo II a finales de los noventa, regresaron con cierta melancolía, esas tardes con mi abuela y asistí por vez primera, al destape multitudinario de la Fe en Cuba. El pueblo antes cauteloso, se desbordó, amparado por la figura protectora de Juan Pablo II llenaba plazas, cantaba, pedía a toda voz, quitaba velos de sus rostros, pude sentir, momentáneamente el roce de la Libertad.

Ahora, vuelve a mi país, otro Papa, de aquella primera visita a esta, han transcurrido 14 años, los cubanos acumulamos más desgaste, tenemos menos esperanza, menos alegría.

Mientras tanto, el mismo gobierno de mi niñez, ese que marginó y rechazó como a una plaga, a creyentes y practicantes, expulsándolos de sus centros de trabajo y de estudio, el que prohibió misas y transformó las iglesias en salones vacíos, el que desterró la magia y las ilusiones de la Navidad, el que impuso, generación tras generación, la idolatría a un falso Dios. Ese mismo gobierno hipócrita, practicante de una única religión: el terror; ese inmoral gobierno, convoca, más bien ordena, desde editoriales y noticieros, a todo un pueblo a comportarse como ovejas de un rebaño ciego y pretende vender, una vez más, ante los ojos del Papa Benedicto XVI y del mundo, una imagen benevolente y abierta, mientras reprime y asedia, en estos mismos momentos, a las voces auténticas que en Cuba lo desenmascaran. Ante semejante desfachatez, mi abuela católica musitaría: a Dios rogando y con el mazo dando…

Para mí esta visita del Papa, es una gota más de la gran marea que se avecina y anuncia, inmensa, un cambio en los destinos de esta nación devastada. Tal vez no acuda a la misa del 28 por mi escasa devoción, no obstante, llevaré en mis bolsillos, como en aquellas tardes junto a mi abuela , un conjuro de bienestar para mi país y mi gente, una piedrita dorada del Cobre, una piedrita de la Virgen de la Caridad.